lunes, mayo 08, 2006

Natalia (18/02/02)

Otra de aquellas sonrisas sinceras se dibujó en su rostro. No era la primera, y desde luego, no sería la última. Era el tipo de sonrisa que había que contemplar con alegría, pues era ese su efecto por muy deprimido que uno estuviera. Sin embargo, para ella, era una sonrisa más. Su rostro no teminaba en sus labios, claro. Si uno miraba a fondo descubría una gran belleza iluminada por dos ojos verdes eternamente risueños. Su pelo, largo y liso, flanqueaba a ambos lados de la cara, y relucía al darle el sol hasta el punto de que uno se planteaba si mantendría su brillo en la oscuridad; quizas incluso brillara en la noche. Desde luego, era a primera vista la típica persona que despertaba simpatía sin que uno fuera realmente consciente del porqué. Había varios motivos. Algunos caían en el error de ver sólo un rostro bonito ligado a una persona afable; no eran capaces de ver más allá. En realidad se trataba de una de esas personas que siempre intentan agradar a los que les rodean y esa era la causa y consecuencia de sus eternas sonrisas. Todo esto no eclipsaba su concepto del dolor, que de algún modo estaba ligado a su pasado, pero que llacía perdido en la marea de la subconsciencia. Mientras permaneciera allí no habría problema. Y sin embargo, sus efectos se dejaban sentir metódicamente en su caracter. De algún modo, era consiente de que alguien podía herirla en cualquier momento -quizas no en cualquiera pero sí en alguno- y por ello se escudaba en su sonrisa. Era un escudo perfecto, pues nadie puede luchar ni con actos ni con palabras contra una sonrisa tan amplia e inocente sin sentirse desgraciado; y es que hay sentimientos que son nobles y la nobleza no hace sino sentirse a aquellos que tratan de corromperla más conscientes aún de su propia desgracia.Ella no disponía de tiempo para plantearse esas cosas, quizas no quería. Pero era más sencillo así. El tener presente los errores del pasado no sirve para impedir los errores del futuro, sólo sirve para tener miedo a lo desconocido; en esencia la vida. De ahí derivaba su actitud desenfrenada con que emprendía cualquier acción. Calibraba los riesgos, desde luego, pero el margen de duda era muy pequeño. De vez en cuando uno percibía en sus ojos un ataque de suspicacia, fuera del índole que fuere, mas si esta aparecía, no perduraba mucho tiempo: una sonrisa era la encargada de borrar la suspicacia de su rostro. Aquellas sonrisas la convertían en alguien especial sin duda alguna, y aquello que es especial debe ser protegido.

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